jueves, 3 de julio de 2014

El reloj que tenía voz

Moisés tiene diez años. Es invidente. Este año no nos acompaña pero lo recordamos con mucho cariño del año pasado.
En septiembre nos dieron la alegría de que le incluían en un programa de la ONCE. Luego le perdimos la pista.
Esta tarde hicimos una visita especial para hacerle un regalo.
Una de nuestras chicas lo ha tenido especialmente presente durante estos meses. Recordaba su ilusión por las cosas, por disfrutar cosas tan cotidianas como poder saber la hora sin preguntar a nadie.
Por eso, antes de salir de Tres Cantos fue a un sitio especial. A una tienda en la que alguien le dijo que vendían relojes distintos. Relojes con voz con tan solo apretar un botón.
Ella no sabía si Moisés vendría o no al campamento, o qué habría sido de su familia. Solo conservaba en el recuerdo su ilusión por poder saber la hora.
Ayer vino a entregarnos el reloj para que se lo hiciéramos llegar al niño. Por supuesto, insistimos en que fuera ella quien se lo hiciera llegar. Esta tarde buscamos su casa.
De vuelta, en el silencio que es sinónimo de experiencias profundas, vienen a mi mente las clases de teología en el seminario, donde un magnífico profesor insistía en que el origen de la experiencia semita de Dios fue la fidelidad, la convicción de que Dios no olvida, que está presente.
Y mirando a nuestra chica, pienso en la cultura en la que nos hayamos sumergidos, la que alimentamos entre todos, la de la falta de memoria, la del presentismo que rebaja la trascendencia de los encuentros, la que confunde lo urgente con lo importante...
Y mirando a nuestra chica, doy inmensas gracias por la fidelidad de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario